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domingo, 24 de mayo de 2009

"Popurri" de cosas que he escrito

He intentado hacer un "popurri" de las últimas cosas que me rondaban la cabeza. Espero que el resultado no haya sido demasiado caótico. Para mi ha sido satisfactorio volver a leer algunas cosas que escribí para hacerme fuerte ante algunas de las tristezas que me invadían en los útimos días.

P.D. Siento si es demasiado larguito...

(Repite conmigo: Tengo que ser fuerte, tengo que ser fuerte!!!!)


A lo largo de este curso son muchas las cosas que a una le invaden la cabeza, y son a esas cosas a las que me gustaría tratar en este ensayo que no es más que mi reflexión sobre lo que empieza a tomar forma en mi cabeza sobre el modelo educativo en el que nos encontramos y el que me gustaría encontrar en un futuro que espero no sea muy lejano. Sobre todo ha sido casi un año de muchas alegrías, muchos descubrimientos, muchos pensamientos, muchas reflexiones, muchas sensaciones y otros tantos muchos temores…

Uno de los temores que yo planteo nace desde la no vocación, desde la no implicación, nace desde la comodidad (o no) que puede surgir de aquel que elige una carrera como esta para hacer algo que mejore tu calidad de vida (o no) para nadar más acorde con la masa capitalista.

En los últimos días este es uno de mis más feroces temores y me invaden las dudas especialmente al pensar qué es más difícil o qué es lo que más consecuencias (tanto positivas como negativas) tiene. ¿A caso es más sencillo ser profesor de profesores? ¿A caso el que se expone ya ante adultos (futuros profesores y profesoras) ve vocación en cada uno de ellos y ellas? ¿De qué manera se mide la vocación en el caso de que esta pudiera ser medible ¿ ¿ Es eso realmente importante para aquellos que basan sus evaluaciones en un examen “tipo test”?¿ A alguno de mis docentes ahora les importa saber que siento, que pienso y que sé? ¿O al final, como en la gran mayoría del sistema educativo, mi nombre sólo queda acompañado de una nota, de un número?... Es un tema cuanto menos complicado y obviamente me atañe.

De cualquier forma mi única manera de ser sincera conmigo misma es seguir mis principios, algunos de los cuales han comenzado a tener forma a lo largo de estos últimos meses, y aunque queda en mis venas ese temor por una nota en mi expediente hay cosas ahora que intento que me preocupen más, como perder la que yo considero una de mis dos vocaciones. Por ello, y para ser sincera, el día que me deje de correr un escalofrío en la piel al ver un niño que sonría, al ver a una niña que habla, salta, corre, disfruta y es feliz si yo contribuyo a que lo sea; cuando todo eso desaparezca me dedicaré a mi otra vocación que, aunque es objetivo de tantísimos prejuicios y para muchos/as inservible en este mundo modernísimo en el que participamos y en el que muchos/as tristemente nos hemos acomodado a vivir, al menos me hace sentirme muy feliz y lo que es mejor, muy viva.


Aunque claro, todo tiene unos principios y unas evoluciones, y en mi caso esta llegó en un momento exacto, en un momento necesario. La vocación llamó a mi puerta pero convertida en una masa gris, convertida en el color de la comodidad que puede ofrecer una salida profesional como esta, y convertida en una vía real que aparecía ante unos estudios que no me permitía desenvolverme en esa y esta terrible realidad.

Mi hermano Joaquín de 15 años me preguntaba antes de iniciar esta “aventura” que porque lo hacía. No entendía porque quería seguir haciendo aquello que por obligación hace que él madrugue cada mañana. ¿Acaso te gusta estudiar? ¿Y teta, entonces allí (en la facultad de magisterio) que te van a enseñar de todo todo? ¿Vas a tener que saber de matemáticas, de inglés, de conocimiento del medio?

En realidad mi única respuesta a todo esto fue decirle que los profesores no saben de todo y que para enseñar usan lo que viene en los libros y ya, que en realidad no era tan difícil. Joaquín dijo: Vaya Isa, es verdad. Mi profe se pasa el día con el libro sobre la mesa, yo creo que ya se lo sabe de memoria de tantas veces que lo habrá tenido que repetir.

Cuando entré en magisterio mi mente estaba gris marengo. De ese gris oscuro que surge de la mezcla de muchos colores pero que nunca se inclina por un tono más que por otro. Si bien es cierto que en mis Bellas Artes querida mi vida académica había sido tan especial (métodos de enseñanza, libertad, pensamiento crítico, empatía por todo y con todo), pensaba que esta elección no iba a ser tan plena. Nada sería igual, ni me haría sentir como en ese “edificio de locos” (así era como lo llamaba mi padre).

“Mamá tres años más, oposito y para funcionaria. Si vosotros me decís que podréis pagarla la hago, si no, no, ¿vale?”

Y así sinceramente empezó esta aventura que fue perdiendo su gris a cada semana, a cada día y a cada hora.


Y los principios fueron grises porque ante esos conceptos políticos, esas ideas que no entendía sobre ideologías, relaciones de poder… cuando hablaban de escuelas democráticas o si la educación era neutral no tenía demasiadas ideas. Sólo conocía el modelo de escuela que yo había tenido en primaria, el modelo de escuela tradicional que ahora creo que tristemente me ofrecieron.

Y después del gris llegó el rojo carmín . El rojo es como el color de la fuerza, de la implicación. El color de esos conceptos que creí que no conocía demasiado bien: economía, política, relaciones de poder… Pero aunque en mi escuela nadie me hablara de ello obviamente eran conceptos que me influían y me invadían siendo más o menos consciente.

Los niños de hoy en día necesitan conocer que sucede en el mundo el que viven, en su país en su ciudad, en su pueblo. Los y las docentes debemos hacer participes a los niños y las niñas de esas cuestiones, de todas las cuestiones que les rodean, de todo aquello que haga que su voz sea escuchada. Los niños y niñas deben conocer sus derechos y no trabajándolos de forma puntual cuando se celebra un día en el calendario concreto. Deben comenzar a participar de la vida pública y a generar pensamientos críticos que les haga posicionarse, conocerse, involucrarse y llegar a sus propósitos. Debemos guiarlos a conocer que les influye a ellos y a otros niños y niñas como ellos. Debemos crear en las aulas espacios de mentes pensantes y no de procesadores de información que repiten y memorizan.

Debemos darles a conocer el color rojo de la pasión, esa pasión que tantas veces queda anulada por esos conocimientos enciclopédicos que poco o nada les llama la atención, y esa pasión que les haga conocer y tener curiosidad por todo lo que necesitan para desarrollarse de manera plena y feliz.

Hay que quitarse de la cabeza que las ideas de los niños no son representativas, que los niños y niñas no tienen porque conocer los problemas de los mayores, ¿acaso los más pequeños no forman parte de esta sociedad? Ellos deben conocer y reconocer los distintos puntos de vista que existen, y aunque aún no lo lleguen a identificar como ideologías deben ser conscientes de su existencia, de su actuación y de su repercusión en el mundo en el que viven. No deben ser pasivos sino activos. Han de tener su capacidad de reflexión óptimamente desarrollada y saber que su poder micro es importante, el poder micro de cada uno es una de las cosas más valiosas que posee el ser humano y es nuestro, está en nuestras manos, como en nuestras manos está que cada niño y niña lo encuentre y lo utilice.

Los niños y niñas han de darse cuenta del porqué se generan esos diferentes puntos de vista y que repercusión tienen sobre ellos mismos y sobre la sociedad. Deben saber que la neutralidad no existe. Deben aprender a coger las riendas de su propia vida y a interpretar quién, qué y cómo les dominan.

Han de aprender y debemos enseñarles a vivir en rojo carmín y no en gris marengo. A sentir la pasión de ser lo que son, de tener unos proyectos, unas metas, unas esperanzas y una implicación. Su voz no debe apagarse, no debemos silenciarla ante las manipulaciones de libros de texto, soluciones políticas, económicas, sociales, medios de comunicación… Tenemos que conseguir seres activos y no pasivos desde el ejemplo, el apego, el cariño, la implicación personal. Los maestros y maestras tenemos que convertirnos en los guías y en sus amigos. Conocer sus motivaciones, aficiones, gustos, miedos, pasiones (rojos carmines) y enfrentarse a cada situación desde el compromiso y no desde la lejanía.

Porque los niños y niñas que encontraremos en nuestras aulas tienen carencias emocionales que debemos subsanar, tienen una autoestima baja, con muchos datos en su cabeza sin organizar y muchos de ellos con faltas de afecto importantes frente a esta sociedad que parece que a veces no quiere crecer. Muchos de ellos se sienten solos, con las consolas o la televisión como único aliado y compañero de juegos, no saben jugar a imaginar, ni siquiera a jugar realmente jugando.

Como futura profesora creo que hemos de conocer bien al niño y niña que vamos a tener junto a nosotros en un aula y restablecer aquello que creemos que le falta, ayudarle a encontrar su identidad, enseñarle a participar con y para un colectivo, enseñarles a resolver los conflictos, a pensar, a imaginar el mundo que les gusta y a defenderlo y luchar por conseguirlo. Todo ello es muy importante para empezar a luchar por una renovación en el sistema educativo, una lucha que creo que comienza con el sentimiento que uno/a mismo/a tiene por participar en tantas cosas buenas a nuestro alcance, que sigue cuando se te ofrecen durante la formación estructuras mentales que fortalecen las ganas por buscar sonrisas y que se deriva al superar las posibles barreras que puedan aparecer al buscar en un trabajo tu forma de vida y tu propia empresa de sonrisas.

Para mí los profesores y profesoras daltónicos no tienen cabida en esta lucha por qué no ven la riqueza de aquel que ofrece lo diferente, porque no es capaz de implicarse ante lo que tiene, porque no aprovecha las posibilidades de su oficio y porque no da soluciones ante lo que ve pero intenta no ver.

Los rojos carmines no tienen que ser utopías, son necesarios para sacarle el jugo a la vida y la esencia a uno mismo.


El conformismo es algo que no debe de existir, al menos no el conformismo que asume que el mundo es así y deja que pase influyendo su vida sin abrir los ojos para contemplarlo, cuestionarlo, replantearlo…

Hay que coger las riendas de la propia vida y conducirla hacia la más tierna y alcanzable felicidad, al menos hacia la felicidad que uno considere que puede alcanzar. Hay que coger las riendas para revelarse ante aquello que oprime, invisibiliza, apaga y oculta la realidad. Hay que coger las riendas para dialogar con esta sociedad que tantas veces parece olvidarse de su propia condición social, de su ciudadanía.

Convivir con este mundo que se preocupa en tantas ocasiones de lo meramente económico, de lo puramente productivo, de conseguir ese tipo de desarrollo que yo considero subdesarrollado y por aspirar a una hegemonía que nos hará perder cualquier ápice de genialidad, de creatividad, de humanismo, de riqueza y de vitalidad, no es más que convivir con unos ideales impuestos, ideales que para mi están muy lejos de aquello que me hace ser feliz y de aquello que causa la infelicidad, la tristeza e incluso la muerte de aquellos que no comparten o no aspiran a ser esas grandes potencias más preocupadas por los grandes acontecimientos, por las grandes inversiones, por los grandes proyectos arquitectónicos, por las carreras de fórmula 1 o, al fin y al cabo, por dejar que todo pierda su sentido ante una sociedad olvidada de sus más fascinantes e inexplorados valores.

Estas son las cosas que me hacen entristecer pero que cada vez me dan más fuerza para explorar mi propia persona, mi propio mundo y la que yo considero mi segunda vocación.

Joaquín (mi hermano, otra vez...) viene cada día de clase sin ningún tipo de motivación. Llega, saluda busca su PlayStation portátil y empieza a jugar hasta la hora de la comida. Cada día intento preguntarle qué tal le ha ido el día y son muchísimas las veces que contesta: “normal”. Entiendo su normal porque hasta no hace mucho yo creía en ese normal también. Esa palabra significa que se ha levantado, se ha vestido, ha ido a clase, se ha sentado, ha escuchado lo que le han contado, ha hecho unos cuantos ejercicios, a recogido su mochila y ha vuelto a casa. Y ese es el ciclo de cada día y que comparten otros muchos niños y niñas.

Un día vino a casa algo más “vivo” de lo normal. Su profesor les había hablado en clase, de forma completamente anecdótica, sobre una noticia de actualidad que a él le había interesado. Por lo visto estuvieron comentándola en clase y cada uno y una daba su opinión. Yo le sugerí a Joaquín que si le interesaba el tema podría utilizar mi portátil para seguir buscando información y conocer mejor el tema, pero Joaquín dijo: Teta, total, eso no va para examen…

En ese momento algo anulaba su capacidad por curiosear, por aprender y eso me resultó especialmente triste. No quiero que eso suceda en los niños y niñas con los que me encuentre en mi camino. Quiero escucharles, entenderles y motivarles a hacer y aprender aquello que les hace abrir los ojos como platos, esos ojos grandes que inundaron la cara de mi hermano aquella tarde.

Y es que la escuela actual parece someterse de lleno al poder que viene determinado en los libros de texto (y sobre esto me gustaría profundizar más adelante) a la comodidad que ello conlleva. Parece no preocupada por lo que ocurre a su alrededor, parece como si el fracaso escolar sólo fuera culpa de los niños o niñas. O el mundo educativo está un poco loco o yo no entiendo qué tipo de formación tuvieron los y las profesoras que, como con mi hermano, ofrecen conocimientos enciclopédicos que obviamente siempre pueden ser reemplazados.

Para quien defiende que la enseñanza no debe hablar de política… ¿a caso tanto para bien como para mal no se convierten los profesores/as en influenciadores de masas? Obviamente el error subyace cuando sin hablar de política contribuyes a crear gente apolítica, o personas que, como yo, dudaron de ser capaces de hablar sobre ella, de expresarse y sentir que era algo muy lejano a mi propia vida. Ahora entiendo que esa distancia me hacía no dudar (o dudar muy poco) de aquellos/as que cogen los hilos para movernos tal marionetas. En algún momento me consiguieron vencer con sus estrategias pero otros/as me han mostrado el camino de la rebeldía, de la unión de fuerzas y de un inconformismo que ahora empieza a tomar forma.

Hace unas pocas semanas acudía a la manifestación por la reforma educativa que se organizó en la Plaza de la Reina. Una preciosa tarde que adornada por su sol me acompañaba a recorrer primero la feria del libro (donde compré cuentitos diferentes para niños y niñas que deben comenzar a ver la vida diferente, sin princesas ñoñas y siempre casadas y con príncipes frívolos incapaces de derramar una lágrima aún con el pronóstico del más fiero tsunami), luego paseando por el antiguo (y modernizado) cauce del río hasta llegar a esa plaza donde encontré personas de todas las edades, de todos los géneros, de todos los colores. Intente abrir bien los ojos y la cabeza para preservar bien esa sensación de vitalidad que te hace erizar la piel y que sólo se repite algunas veces. Me conmovió aquella situación tanto, que añoré no haber sido capaz de adentrarme en el fascinante mundo de la manifestación, de la unión, de la fuerza, la entrega y la capacidad crítica ante lo que me rodea.

Me fascinaron tan positivamente aquellas sensaciones que son difíciles de explicar.


Aunque debo reconocer que ya conocí esa sensación cuando pude dedicar 5 años de mi vida a aquella preciosa carrera que tantas cosas buenas trajo también a mi vida.

Obvio que para aquellos que eligen meterse en la universidad con el único fin de conseguir trabajo, empleo y dinero (aunque no estoy segura de si ése es el orden…) una carrera como la de Bellas Artes pueda parecer cuanto menos extraña y cuanto más no fecunda. Y aunque eso ya lo sabía me dolió cual puñalada las veces que me humillaron y se burlaron de lo que hacía, de aquello que decidí hacer y de aquello que me hacia ser plenamente feliz.

No creo que haya sido una pérdida de tiempo y es más, veo muchos más perdedores en aquellos/as que dirigen sus vocaciones, sus felicidades y su valioso tiempo a desempeñar algo que les hace sentirse en cárceles y que les aleja de la vitalidad que ofrece sentarse una noche a contemplar las estrellas y plasmarlas con el más fino encanto, con la más ligera acuarela sobre el más sensible papel que posas ante tus rodillas. Al menos allí me mostraron el camino del compromiso, de la implicación, de la vitalidad, del encanto, de la crítica y de la autonomía; quizás alejándose un tanto de la realidad para encontrar un mundo de artistas demasiado positivista pero que ahora puedo retomar desde la responsabilidad que me ofrecerá ser profesora.

Y sobre los libros de texto puesto que me guastaría retomarlo, añado a este escrito mi posición ante la tremenda influencia que recae en ellos. Pienso que, la Escuela Tradicional, tan arraigada aun en nuestros tiempos, ha de trabajar para poder implantar una metodología basada más en el acercamiento, en la implicación personal, en la naturaleza del niño o la niña, en un desarrollo comprensible, en unos objetivos que deben personificarse, en una pedagogía que incluya las diferencias individuales, que huya de la disciplina y la autoridad, que rechace los conocimientos enciclopédicos, las clases magistrales y los púlpitos. Pienso que la culpabilidad de ello recae en gran medida sobre la comodidad de utilizar libros de texto. No olvidemos las influencias que reciben las editoriales y sus intereses personales (o colectivos) y de que el fin de estas es únicamente económico y de ningún modo de implicación por la causa.

Por ello creo que para aplicar nuevas metodologías debemos empezar por invisibilizar los libros de texto que son los verdaderos protagonistas de muchísimas aulas de hoy en día y pienso también que, desde las facultades que imparten clases a los que más tarde nos dedicaremos a la enseñanza, deberían mostrarnos otras alternativas y otros recursos para que el objetivo sea que al finalizar cada uno y una podamos ser capaces de construir nuestro propio material didácticos para no tener que estar sometidos, por ello, a la dictadura del libro de texto.


Para concluir…

Es necesario, es vital, que participemos en construir aulas de diálogo, de participación, de humildad, de riqueza, de solidaridad, de felicidad; tenemos que implicarnos para lograr que, al juntar nuestras fuerzas o al “luchar” de forma de individual, los niños y niñas del futuro crezcan para cuestionarse y repensar el mundo en el que viven. Debemos confiar en sus actitudes y en sus voces para que no crezcan como parte más de “el rebaño”, para que el adultocentrismo no les haga invisibilizar sus preguntas, sus aportaciones, sus méritos, sus temores y sus sonrisas. Debemos cooperar para que la socialización sea para ellos y ellas algo que les atañe por el simple hecho de ser ciudadanos y de estar vivos. Y especialmente no esperar que durante nuestra formación alguien llegue a explicar un supuesto idílico tema 1: Cómo ser maestros, porque eso deberá nacer desde lo más profundo de nuestra alma para contagiar desde nuestra implicación a esos niños y niñas que esperaran impacientes nuestras sonrisas y nuestros abrazos a las 9 en punto de la mañana.

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